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La Iglesia y la libertad religiosa (Beatificación de 498 mártires de la guerra civil española)

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La cercana beatificación de cerca de medio millar de mártires españoles, además de las consideraciones y reflexiones estrictamente religiosas, debiera de llevarnos también a una profunda reflexión social. Meterlos en la sacristía y hurtar un acontecimiento así del debate público sería volverlos a perseguir por motivo de su religión, volver a considerar que no tienen derecho a la presencia en la vida civil, ciudadana o, si se prefiere en griego, política.

Lo mismo sucedería si se les admitiera en el ágora despojados de su condición fiducial y reducidos a víctimas de una guerra civil o de un conflicto social; eso sería volver a atacar lo que se intentó destruir asesinándolos a ellos.

La mirada a nuestro pasado tendría que ser, en este caso, como en el de todos los injustamente asesinados por otros motivos antes, durante y después de la guerra, una sincera búsqueda de la verdad. Y no para avivar rescoldos ya ocultos por las cenizas del paso del tiempo, sino para aprender de la historia cuáles son las ideas dañinas para el hombre, cuáles los errores que llevaron a esas monstruosidades innombrables, y así poder mejor cimentar la vida social en la búsqueda del bien común.

Desde la Revolución Francesa hasta nuestros días, la libertad religiosa ha tenido una notable presencia como problema en la vida social. La contribución de la Iglesia a la clarificación de esta cuestión ha ido por una doble vía: ha aportado muchas víctimas indefensas e inocentes, desde los mismos días de la guillotina y de manera extremada en el siglo XX, incluida la persecución religiosa española; junto a esto, también ha contribuido con la reflexión intelectual y doctrinal.

Sobre este último aspecto, resulta muy interesante la lectura del libro de Gerardo del Pozo Abejón, La Iglesia y la libertad religiosa (BAC). Aunque solamente fuera para ver un fuerte contraste entre el rigor intelectual y de investigación de esta obra y la mediocridad intelectual y cultural imperantes, merece la pena leerlo. Pero es que además, al tratar la epopeya intelectual sobre la libertad religiosa que la Iglesia ha realizado a lo largo de los últimos dos siglos, se desenmascaran muchas falsedades vertidas sobre su postura y se aportan elementos muy valiosos para comprender el presente social en otros muchos campos.

Gerardo del Pozo hace ver cómo toda la reflexión sobre esto tiene su base en el respeto de Cristo y los Apóstoles a la libertad de los oyentes para acoger o no el anuncio evangélico. Pero el que se tenga una base nítida no quiere decir que el esclarecimiento de un problema no sea costoso y lleve tiempo, por las mismas limitaciones de la razón humana y por las circunstancias del tiempo. La Iglesia tuvo que oponerse a la concepción revolucionaria de la libertad religiosa porque tomaba como base el indiferentismo sobre la verdad religiosa y la naturalización de la fe; porque además intentaba evitar que la Iglesia tuviera influjo social e incluso, en la Constitución Civil del Clero, subordinarla al poder del Estado. No por casualidad vivimos en tiempos de relativización de la verdad y de recluir lo religioso en el ámbito privado.

Por el contrario, la Iglesia nunca rechazó la libertad religiosa reconocida en la Constitución de los Estados Unidos, carta magna que apela a Dios creador. La postura de la Iglesia quedó nítidamente recogida en la Dignitatis Humanae. Para ella, la libertad religiosa no se funda en que la verdad sea relativa y, por ello, dé lo mismo una postura que otra. La libertad religiosa se basa en el imperativo moral que tiene todo hombre de buscar la verdad y de tomar opciones conforme a la propia conciencia. Por ello, es el derecho a no sufrir ninguna coacción o imposición externa, ni de los demás ni de los poderosos ni de la ley, para poder actuar conforme a la propia conciencia. Este derecho no tiene su base en la decisión de la ley ni su titular es la verdad o el bien, sino que es inherente a la dignidad humana y su titular es cada persona. ¿No son dos mentalidades presentes hoy también en otros terrenos?

Los mártires, al morir por su fe, murieron obedeciendo a su conciencia. Al margen de reconocimientos civiles, podría haber anualmente una solemnidad litúrgica en que se celebrase a todos los mártires españoles del siglo XX. Incluidos los asesinados en otros países, porque hubo más persecuciones religiosas y allí murieron también católicos españoles.

 

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