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Cristianos oprimidos en Egipto

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La Segunda Conferencia Internacional Copta, convocada la semana pasada en Washington, llegó en medio de las elecciones parlamentarias de Egipto y la creciente atención norteamericana e internacional sobre los avances democráticos en el país más populoso del mundo árabe. A menudo se pasa por alto el hecho de que la población de Egipto, de casi 75 millones de personas, incluye la mayor minoría cristiana de Oriente Medio, más de 7 millones, la gran mayoría de los cuales son miembros de la Iglesia Ortodoxa Copta y que durante el último medio siglo han sufrido una discriminación institucionalizada que les convierte en poco más que ciudadanos de segunda clase.

En una era anterior, durante las tres décadas posteriores al final de la Primera Guerra Mundial -lo que a menudo es referido como la edad liberal árabe- los cristianos trabajaron hombro con hombro con los musulmanes en la oposición a la ocupación británica y, de hecho, disfrutaron de derechos de ciudadanía cercanos a los de sus homólogos musulmanes. Hicieron contribuciones importantes durante mucho tiempo en todos los aspectos de la vida egipcia, político, económico, social y cultural. Los coptos eran nombrados gobernadores, ministros de asuntos exteriores y hasta primeros ministros.

Sin embargo, fue con el amanecer del autoritarismo cuando terminó esta tendencia. Desde el golpe de Gamal Abdel Nasser en 1952, los coptos han sido excluidos en gran medida de las capas superiores de las entidades políticas y administrativas. Solo ha habido hasta la fecha un cristiano nombrado gobernador provincial, y fue durante un breve período de dos años en una provincia remota del norte del Sinaí. Ninguno ha ocupado desde entonces una cartera del gabinete; ninguno ha sido nombrado nunca alcalde de una ciudad o un pueblo. Actualmente, los coptos están dolorosamente subrepresentados en el parlamento, ocupando tan sólo siete de los 454 escaños. También están ausentes del mundo académico, especialmente de las universidades públicas; a pesar de las enormes cifras de profesionales coptos cualificados y respetados, ninguno ha sido nombrado rector de una universidad o decano de una facultad.

Estos ejemplos y los estallidos periódicos de violencia sectaria dirigida contra los coptos son los síntomas de la enorme discriminación que sufren, así como de la aceptación general entre la mayoría de la población de que en “un estado musulmán”, algunos son más iguales que otros. La letanía de ofensas es constantemente planteada en los informes de organizaciones internacionales de derechos humanos, el “Informe de Libertad Religiosa” del Congreso norteamericano y por el delegado de la ONU en materia de derechos humanos.

Pero no hay nada tan simbólico como la insistencia en el Decreto Hamayónico, que exige nada menos que un permiso presidencial para la construcción, renovación -incluso la menor reparación- de las iglesias. Por supuesto, no existen tales restricciones en la construcción de mezquitas. Este decreto, resto de una ley otomana y la más opresiva de las leyes discriminatorias, se encamina expresamente a restringir la capacidad de los coptos de practicar su fe. Es un monumento a la baja posición de los coptos en la sociedad egipcia.

El principio de igualdad entre todos los ciudadanos es un valor universal. En la práctica, es enunciado explícitamente en los Artículos 8 y 46 de la constitución egipcia, ignorada hace mucho. Sin embargo, no puede haber esperanza genuina de verdadera democracia, derechos civiles o desaparición de la discriminación religiosa profundamente atrincherada en Egipto mientras el Decreto Hamayónico continúe en vigor en flagrante violación de la constitución y de los derechos humanos. Que el Presidente Hosni Mubarak lo derogara no precisaría más allá de un golpe de lápiz. El día que se haga, la discriminación contra los coptos habrá recibido un golpe de gracia, el efecto del cual, sin duda, resonará positivamente en favor del estatus democrático de coptos y musulmanes por igual.

Propongo un plan simple para invitar al régimen egipcio a tomar medidas. Debería capitalizarse el máximo interés de Occidente en promover los valores democráticos dentro de la sociedad de su aliado egipcio, y los diplomáticos occidentales deberían plantear repetidamente a sus homólogos egipcios una cuestión simple: ¿por qué no derogar este decreto y tratar a las iglesias como se trata a las mezquitas?

No debería tolerarse ninguna excusa de presunta preparación por parte del gobierno de un código único, ni tampoco la falsa afirmación de que todas las solicitudes de construcción de iglesias son aprobadas del modo rutinario. Quienes critican la derogación de este decreto, indicando su potencial destructor de “la unidad nacional egipcia”, ignoran sin contemplaciones el hecho de que la unidad nacional que afirman desear sólo puede ser forjada con firmeza sobre los cimientos de la igualdad entre todos los ciudadanos.

La Conferencia Copta de Washington se tituló Democracia en Egipto para musulmanes y cristianos. La total igualdad de la ciudadanía de todos los egipcios sin importar su credo es un paso necesario si va a cumplirse la democratización de Egipto atrasada durante tanto tiempo, un paso que no puede darse mientras el Decreto Hamayónico permanezca intacto.

Fuente: Diario de América

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