Libertad religiosa y reciprocidad

¡Con el Corán a otra parte!

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Hace más de veinte años fui a Dijon, capital de la Borgoña, para asistir a la boda del sobrino y ahijado de mi mujer, Nina. Jean y Odile, que ya estaban casados por lo civil, se disponían entonces a hacerlo por la Iglesia. Correteando y jugando entre las sillas y las personas se divertía su hija, Camille, que debía de tener unos tres años.

Para mí, que no soy un modelo de cristiano, la situación estaba clara: viviendo "en pecado", la pareja tuvo una hija, se casó por lo civil y, dale que dale, Odile convenció a Jean para que lo hicieran por la Iglesia y en Dijon, la ciudad en que vivían sus padres.

Lo que más recuerdo de aquel día son las palabras del párroco, que, evidentemente, no podía ignorar la presencia de esa encantadora y juguetona niña, hija de la pareja que estaba casando, y no podía por menos que señalar ese hecho insólito en el marco de la tradición católica. Pero, tolerante, lo aceptó y lo bendijo.

Algo así es imposible en el mundo musulmán. Ya sé que los ritos y doctrinas varían de una confesión a otra. Como sé que el mundo musulmán no acepta la transgresión del dogma; es más, la condena con la pena de muerte.

Es cierto que el mundo musulmán engloba a unos mil millones de personas, y que, obviamente, éstas no están cortadas por el mismo patrón. Mi propia experiencia personal me confirma que, en Francia, muchos musulmanes han ido, poco a poco, mezclando su religión, que no abandonan, con las costumbres y leyes del Hexágono. Por otro lado, crecen las bandas organizadas, así como los grupos islamistas que entrenan y adoctrinan a "voluntarios de la muerte" para enviarlos a Irak o a Afganistán. Pero ese mestizaje de que hablaba al principio de este párrafo, si se da en otros países occidentales, no se da en los Estados musulmanes. No se da en Afganistán, por ejemplo...

Los hay por el ancho mundo, como ese minusválido de Joscha Fischer, que se preguntan: "¿Qué hacemos en Afganistán?". Pues yo pregunto lo mismo, pero por distintas razones. ¿Qué hacemos en Afganistán, si los tribunales coránicos pueden, con todas las de la ley, condenar a muerte a un afgano por haberse convertido al cristianismo? Uno de ellos se salvó de milagro, o, por mejor decir, gracias a una campaña internacional. Ahora hemos conocido otro caso: un periodista que ha sido encarcelado y condenado a muerte por decir la verdad sobre las atrocidades que sobre la mujer se dicen en el Corán.

Si estos casos son, gracias a Satanás, conocidos, y puede que por ello se salve alguna que otra vida, ¿cuántas y cuántos han muerto ya, condenados por las leyes coránicas, en el más absoluto anonimato y con la complicidad de los partidarios de la criminal alianza de civilizaciones?

¿Qué hacemos en Afganistán, si las fuerzas militares aliadas son incapaces de impedir tales crímenes contra la Humanidad, condenados no sólo por la moral, sino por todas las leyes que se pretenden civilizadas? ¿O acaso me equivoco y la sacrosanta ONU acepta que se mate a todo aquel musulmán que se convierta a otra religión? Entonces sería legítimo condenar a muerte al converso Barack Obama, nacido y educado en una familia musulmana.

Lo escribes e inmediatamente te parece absurdo y monstruoso. Pues es la realidad cotidiana en la mayoría de los países musulmanes. Y nuestras élites, con la coartada del "respeto a civilizaciones diferentes", lo que hacen es ser cómplices de esa barbarie, que se ejerce sobre todo, pero no únicamente, contra las mujeres, mujeres que piden nuestra ayuda y solidaridad y a las que nuestros y nuestras progres desprecian olímpicamente.

Tomemos un país árabe moderado como Egipto, cuyo presidente (Mubarak) conversa y negocia (o finge hacerlo) con el israelí Olmert, condena el terrorismo de Hamás en Gaza y se presenta como puente entre Oriente y Occidente (y a veces ejerce de tal). Echemos, pues, un vistazo a Egipto, Estado respetado por los países occidentales como por la Liga Árabe. Pues bien, allí se encarcela a los homosexuales, las mujeres no salen de sus cocinas salvo para ir a sus dormitorios y el antisemitismo es algo así como una religión oficial.

Las veces que he podido leer (traducidos) artículos de la prensa egipcia (pocas, porque nuestros medios los censuran, para no complicar nuestras buenas relaciones con el mundo árabe), o reseñas sobre los programas antisemitas que pasan por la televisión, he podido constatar que los medios de allí, en cuestiones de antisemitismo, son comparables a los nazis, y se sitúan al nivel del iraní Ahmadineyad, por ejemplo.

Aun así, Olmert sigue intentando tener buenas relaciones con Mubarak, y con el palestino Abbás, y con el turco Erdogán. Entre tanto, nuestros progres, nuestra socialburocracia y las derechas acomplejadas siguen proclamando que el problema es Israel, que el peligro es Israel, que el enemigo es Israel.

Eso, más o menos, es lo que opina casi toda la clase política occidental. Y eso, evidentemente, incita al mundo musulmán (cuyas vanguardias, y no disidencias, son sus organizaciones terroristas) a proseguir su ofensiva contra el mundo occidental, que se encuentra en ruinas porque ni sabe ni quiere combatir.

Mientras escribo estas líneas me entero de que, como era previsible, el Parlamento turco ha anulado la prohibición del velo en las universidades del país. Evidentemente, es una cuestión menos grave que las condenas a muerte coránicas, las mutilaciones de los genitales de las niñas, la esclavitud de las mujeres y el terrorismo, pero se trata de un hecho muy simbólico de la islamización radical de Turquía, a la que tantos cretinos progres, y menos progres, consideran "el islam de las luces". ¿Cuánto cobran?

Con motivo de la traducción de una de sus novelas al francés, Jorge Volpi participó recientemente en una emisión literaria de la televisión gala. Que conste que no he leído nada de Volpí, por lo tanto no opinaré sobre su talento. Me limitaré a comentar el discurso que se marcó sobre el estado del mundo.

En resumidas cuentas, Volpi vino a decir que la destrucción del Muro de Berlín, la implosión de la URSS, etc., habían despertado grandes ilusiones sobre la posibilidad de un largo periodo de paz y progreso, democracia y desayunos en Tiffany's; pero que esas ilusiones se habían derrumbado y ahora asistíamos a los albores de una nueva guerra, que tiene mucho de guerra de religiones, debido al fanatismo religioso de los USA y al fanatismo religioso musulmán. Con los aplausos unánimes del patio franchute, siempre encantado cuando se insulta a los USA, Volpi situaba a los dos "fanatismos" en el mismo nivel. Igual de culpables, igual de peligrosos. ¡Papanatas!

Éste es sólo un ejemplo, hay miles más. En otro plató de televisión, el que quiere estrenarse como corifeo de Ségolène Royal, Bernard-Henri Levy, ronco de emoción, declaraba que el Corán constituía una lección universal de humanismo y moral. ¿Sí? Que se lo diga al periodista afgano condenado a muerte por el humanismo islámico. Que se lo diga a las miles y miles de víctimas del terrorismo islámico. O a Robert Redeker (a Theo van Gogh es demasiado tarde para preguntarle nada), también condenado a muerte por los islamistas, e insultado por sus colegas de los sindicatos de enseñanza y amplios sectores de la izquierda, empezando por los reaccionarios del PCF, por haber escrito un artículo crítico con el islam.

Esto ocurre en Francia, supuesta patria de los Derechos Humanos, un país laico y republicano en el que se puede criticar a todas las religiones; y se hace... salvo cuando se trata del islam. Porque el islam mete miedo.

Por cierto, ¿qué pasa con Redeker? No se habla más de él.

En España es peor: el Gobierno y el PSOE hacen carantoñas al islam, dentro y fuera de la alianza de civilizaciones, y al mismo tiempo atacan groseramente a la Iglesia Católica. En nombre del laicismo, no faltaba más. Curioso laicismo, que sólo respeta a Mahoma. ¿No será por miedo?

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